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El Fondo Monetario Internacional
(FMI), ese lobby que representa los intereses de las grandes corporaciones y
que, para mayor escarnio, está financiado con dinero público, acaba de hacer
unas “recomendaciones” para España, nombre con el que suelen referirse a las
“órdenes” dadas por los grandes poderes financieros, es decir, por los grandes
inversores particulares y los fondos de inversión. La estrategia es siempre la misma: se
publican informes, dando relevancia a unas estadísticas y ocultando otras; se
hacen sugerencias o se dan consejos a los respectivos gobiernos; éstos se hacen
los duros y remolones obviando dichas sugerencias; después otros organismos
internacionales, universidades, partidos políticos, periódicos y empresas –todos
en la órbita y nómina de las grandes corporaciones- se van haciendo eco de
aquellas recomendaciones; y al cabo de unos meses el Gobierno de turno afectado
por dicho informe del FMI comienza a hacer las modificaciones necesarias en la
legislación para satisfacer las demandas de dicho lobby.
El guión está escrito de antemano. No
importa tales o cuales datos, tales o cuales circunstancias: el FMI solo vela
por los intereses de las grandes corporaciones, que son las que financian a los
gobiernos a través de la compra de deuda pública, y éstos a su vez son los que
financian al FMI a través de sus aportaciones anuales. Solo hay que echar un
vistazo a la plantilla del FMI para darse cuenta de lo bien que funciona en
esta institución la puerta giratoria entre política y finanzas.
Pues bien, con estos antecedentes
venales (que incluyen el reconocimiento del error cometido con Grecia), resulta
que ahora al FMI se le queda corta, muy corta, la brutal reforma laboral
emprendida por el Gobierno de Rajoy y pide a éste mucha más contundencia, sobre
todo en el abaratamiento del despido y en la reducción de salarios, aparte de
apoyar -¡cómo no!- los recortes ejecutados y otros en perspectiva, como la próxima
reforma reductiva de las pensiones. Al parecer, al FMI no le parece suficiente la
reducción real de salarios que hemos experimentado los españoles a través de la
congelación a la que han sido sometidos desde 2007 –que el propio FMI reconoce-
y a través también de las subidas de impuestos y los recortes en las
prestaciones públicas a los que nos ha sometido el Gobierno de Rajoy.
Congelación salarial más subidas de impuestos más reducción de prestaciones es
igual a pérdida de poder adquisitivo y esto es igual a reducción de la demanda
interna, es decir, del consumo, elemento que sustenta a casi el noventa por
ciento de las empresas de este país, que son mayoritariamente pequeñas y
medianas.
Pero lo más llamativo, y lo que dice
todo acerca del “probado mérito y reconocido prestigio” de los ejecutivos del
FMI, es en qué basan dichos lumbreras la recomendación de reducir más los
salarios españoles. El FMI dice ahora que reducir los salarios fomentaría la
creación de empleo; debido a que -se supone- así los empresarios podrían crear
más puestos de trabajo ya que éstos serían más baratos. No sé en qué
universidades habrán estudiado estos lumbreras del Fondo Monetario, pero a
cualquier persona con sentido común no se le escapa que los empresarios crean
empleo si tienen más demanda, es decir, si venden más productos o servicios. ¿Y
cómo van a vender más si a los españoles en desempleo y a los jubilados que
tienen que dedicar su pensión a sus hijos y nietos en paro, se suma una
reducción de salarios de los españoles que tienen empleo? Una reducción de
salarios no haría más que ahondar en la crisis pues las pequeñas y medianas
empresas verían reducidas aún más sus ventas, ya que los salarios no darían más
que para pagos necesarios (alimentación, salud, ropa, vivienda…) y pagos
comprometidos (suministros energéticos y deudas financieras). Pero el resto, es
decir, todo lo estrictamente no necesario, lo que podríamos llamar “superfluo”,
se iría al garete y veríamos cerrar miles y miles de pequeñas y medianas
empresas. Entraríamos en lo que se llama una economía de subsistencia.
Claro que esa es, precisamente, la
estrategia en la que se han embarcado las grandes corporaciones de España y su
Gobierno patriota: darle la vuelta como un calcetín a la economía española,
transformándola en una economía exportadora y no de consumo, lo que
obligadamente requiere una clase trabajadora mal pagada y con la asistencia
mínima del Estado, la de beneficencia, para que éste no detraiga recursos que
puedan invertirse en la financiación de la deuda pública y en las ayudas a las grandes
corporaciones. Es el modelo asiático al que vamos de cabeza si los grandes
sindicatos no lo remedian –que no lo harán- y las movilizaciones populares no
lo consiguen –que no lo conseguirán-. Estas dos últimas afirmaciones se
asientan en el miedo colectivo que las grandes corporaciones y sus lobbies
consiguen infundir en el conjunto de las clases medias y populares. Hasta que
no perdamos el miedo al Estado y hasta que el miedo no cambie de bando, no
habrá solución posible a este desaguisado en el que salimos perdiendo los de
siempre.
Si hacemos un sencillo ejercicio
práctico del destino que daríamos a unas nóminas más reducidas, nos daremos
cuenta de qué negocios no saldrían perjudicados con dichas reducciones de salarios,
pues esos negocios seguirían obteniendo más o menos los mismos beneficios con
unas clases medias y populares más pobres: los negocios que venden no lo
necesario para vivir sino lo necesario para sobrevivir y, qué causalidad, esos
negocios están siempre en manos de grandes corporaciones.
La globalización económica neoliberal consiste
en el control de la economía global por las grandes corporaciones y la
devaluación interna (reducción de salarios, pensiones y prestaciones públicas)
no es más que un paso necesario en la incorporación de un país a esa
globalización neoliberal. Este tipo de economía, para sobrevivir y acrecentar
su ganancia y su poder, necesita de una sociedad atemorizada, dócil, sumisa,
convenientemente sujetada por los poderes públicos y sus fuerzas de seguridad;
necesita de unas clases medias y populares más productivas que consumistas pues
el PIB se orienta mayoritariamente a la exportación; y necesita también de unos
sindicatos acomodados a dicho sistema económico y de unos partidos catch all (“atrapalotodo”) sin matices
económicos que cuestionen la globalización neoliberal y que sepan reunir al
bloque mayoritario de votantes conformistas, desideologizados y desinformados
con los que sustentar sólidos gobiernos y apoyos parlamentarios.
El FMI lleva tres décadas ensayando
sus experimentos neoliberales y uno de los continentes donde recientemente ha
fracasado es Latinoamérica. La Europa social es su objetivo y el rico Estado
del bienestar de que dispone es su presa a batir que, convenientemente
transferido a las grandes corporaciones, hará que éstas puedan competir en el
mercado global con unos “negocios” que los mercados emergentes de los países
BRICS no dominan o incluso desconocen. ¿Tendrán que venir de Latinoamérica a explicarnos
cómo consiguieron desprenderse de gobiernos nefastos que se rindieron a los
dictados del FMI y de las grandes corporaciones? Lo consiguieron con grandes y
permanentes movilizaciones con las que perdieron el miedo al Estado. El último
ejemplo nos lo ha dado Brasil. Me parece que aquí en Europa todavía estamos en
mantillas.
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