publicado en
www.nuevatribuna.es
Ese sería el
nombre que muchos asignaríamos a la crisis política generada en el sur de
Europa tras la Gran Recesión
de 2008 y la crisis de la deuda soberana en la Eurozona.
La “gran
decepción” nos la han causado gobiernos y parlamentos que se han rendido a las
directrices de la banca y de instituciones supranacionales, gobernando y
legislando de espaldas a sus ciudadanos y defendiendo con sus medidas los
intereses particulares de grandes corporaciones económicas.
La “gran
decepción” nos la han causado grandes sindicatos en los que teníamos depositada
una inmensa confianza, aquella que resultaba de convocarnos para enfrentarnos
al poder político con grandes manifestaciones y huelgas generales que cortaran el
paso a las soluciones neoliberales que recetaba dicho poder (mandatado por el poder
económico) y con las que solo se pretendía salir de la crisis recortando el
Estado del bienestar. Dichas movilizaciones no han conseguido esos objetivos,
sumiendo a los grandes sindicatos en un callejón sin salida al comprobar que su
músculo no ha doblegado el brazo ni al poder político ni al poder económico.
La “gran
decepción” nos la han causado grandes medios de comunicación que antes de esta
crisis se atrevían a cuestionar el poder económico y político y que, ahora con
ella, solo sirven de correas de transmisión de un universal pensamiento único
divulgado a diestra y siniestra, que aboga por el fortalecimiento de los
sistemas políticos bipartidistas, los más cómodos al gran capital, del que los
grandes medios de comunicación son una mera extensión.
La “gran
decepción”, finalmente, nos la han causado los partidos socialdemócratas
europeos que, bien por convicción, bien por rendición, han girado su ideario
económico y lo han situado al borde del neoliberalismo, en esa fracción del
progresismo que se llama social-liberalismo.
Todas estas
grandes decepciones han aumentado el grado de desafección por las democracias
representativas, alimentando bien el populismo bien la abstención, es decir, la
huida hacia delante, hacia soluciones extremistas (con xenofobia y racismo
incluidos) o hacia el total abandono del homo
politicus, que se convierte en homo
solitarius y lucha solo por aquello
que le reporta algún beneficio individual.
Con esta terrible
solución, los ideólogos de las crisis capitalistas y sus brazos políticos, los
neoliberales, están obteniendo una victoria inesperada, aquella que resulta de
la inacción de los agentes que protagonizaron el nacimiento y consolidación del
Estado del bienestar: partidos socialdemócratas y sindicatos de clase. Ambos
han renunciado a dar la batalla por dicho Estado, aceptando sin más que su
demolición forma parte del legítimo juego político establecido por la
alternancia en el poder y de las soluciones que quien lo ocupa temporalmente
crea que son necesarias para salir de la crisis. Una prueba más que evidente de
dicha renuncia es la complacencia con la que partidos socialdemócratas y
sindicatos de clase admiten el uso desmedido de la fuerza por parte de los
gobiernos neoliberales que ocupan el poder no solo en España, Grecia o Portugal
sino también en otros países donde igualmente surge la protesta indignada ante
medidas que recortan los derechos y el poder adquisitivo de los ciudadanos para
salvaguardar grandes intereses económicos de grupos poderosos.
Estos dos entes
fundamentales del Estado del bienestar, partidos socialdemócratas y sindicatos
de clase, creen que el regreso al poder les permitirá recomponer la merma de
dicho Estado. En realidad, con su actitud ocultan lo que saben: que ya no será
posible concebir una Europa social como la que se había construido en la
segunda mitad del siglo XX, al menos por unas cuantas décadas. ¿Por qué lo
intuyo? Por el silencio y la sordera que imprimen a la expulsión del sistema
económico de cientos de miles de ciudadanos sin que se les ocurra otra cosa que
dejar constancia de su rechazo en acta pública parlamentaria o mediática.
Cuando ni las
manifestaciones ni las huelgas sirven ya de acicate para que los gobiernos
reculen en sus infames decisiones, me viene a la memoria aquel último parte de
guerra que decía: “cautivo y desarmado el ejército rojo…”. En esas estamos: “cautivo
y desarmado el Estado del bienestar y sus defensores…”.
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