Javier Madrazo Lavín | Profesor de Filosofía, Ética y Ciudadanía; parlamentario de Ezker Batua-Berdeak entre 1994 y 2001, y Consejero de Vivienda y Asuntos Sociales del Gobierno Vasco entre 2001 y 2009.
Publicado en la revista Noticias Obreras. Bilbao, Julio 2013
Leer la prensa, escuchar la radio o ver los informativos en televisión se ha convertido en un auténtico “via crucis” para el ánimo. La corrupción lo inunda todo y salpica a instituciones, que deberían ser ejemplo de sobriedad, honradez y transparencia. Iñaki Urdangarín es el “tsunami” que amenaza la estabilidad de la casa real, del mismo modo que Bárcenas se ha convertido en la “bestia negra” del Partido Popular o el fraude del “caso ERE” en Andalucía alcanza la línea de flotación del PSOE. Las operaciones financieras de Miguel Blesa y Rodrigo Rato, por su parte, han desvelado el “modus operandi” de la banca española que parecen más propias de la mafia que de entidades serias y de prestigio, en las que poder confiar los ahorros de toda una vida.
De todos modos, no podemos caer en la trampa de entender que las responsabilidades últimas de estos hechos recaen exclusivamente en los nombres propios que ahora saltan a la opinión pública. En realidad, son sólo la cara visible de un sistema enfermo, en el que las élites políticas y económicas han impuesto sus reglas de juego, gobernando sólo para sus propios intereses y relegando a un último plano las necesidades y las demandas de las personas. La inmunidad de la que han gozado no es una casualidad. Se han blindado desde el poder, controlando los hilos de la justicia, al igual que manejan los resortes que les brinda el control del Congreso o el Senado, que habrían de ser instituciones representativas de la soberanía popular, aunque lo que hacen de verdad es anularla.
Mientras todo esto ocurre, la ciudadanía sufre en primera persona las consecuencias del desempleo, los recortes sociales, la pérdida de derechos y el deterioro sin fin de su calidad de vida. El abismo de la incertidumbre y el miedo ante un futuro cada vez más negro están presentes en el día a día de millones de hombres y mujeres. La gestión de la crisis por parte de quienes la han generado constituye una auténtica aberración, que hace necesaria una verdadera regeneración democrática. No es un problema que afecte sólo a Europa. Es un conflicto que golpea, en mayor o menor medida, al llamado mundo occidental. Pero sabemos que otro mundo es posible. Lo ponen de manifiesto esas redes de solidaridad y esas movilizaciones sociales sociales,sindicales y políticas.Hay mucha gente que no se resigna y que está dispuesta a luchar por ese mundo mejor y más justo.
El déficit político, económico y social tiene su origen en el modelo de desarrollo capitalista, que no conoce fronteras. La solución no llegará nunca de pretendidas reformas, forzadas por las circunstancias, que son poco más que operaciones de imagen, como la supuesta Ley de Transparencia que propone el Partido Popular, mientras mantiene en sus filas a personas que desconocen el significado de la palabra ética y compromiso público. Es necesario que la respuesta ciudadana a la crisis se consolide como un movimiento de confrontación pacífica, que gane fuerza desde la base y se consolide como un elemento de presión, pero fundamentalmente de cambio. Si de todas las situaciones, incluso de las más negativas, siempre surge algo positivo que en esta ocasión sea el ocaso del bipartidismo y el auge de la izquierda.
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